El Eco del Bullying: Una Herida Que Merece Ser Sanada

Erradiquemos el bullying

El 21 de mayo del 2025 fue un día que me dejó pensando más de lo que imaginé. Algo aparentemente trivial detonó emociones intensas, casi como si volviera a ser esa niña del colegio que lloraba en silencio al recibir tanto Bullying y por sentirse humillada. Esa niña bajita, frágil, insegura, que escuchaba comentarios crueles como: “¿No te cansas de caminar arrodillada?” y que temía, con el alma, que nadie la fuera a querer por su estatura.

Y aunque con el tiempo aprendí a defenderme, a hablar fuerte y no quedarme callada, esa defensa también fue malinterpretada. Me llamaban “grosera” porque ya no toleraba la burla. Salí del colegio en el 2007 creyendo que esa etapa estaba atrás… hasta que no lo estuvo.

Ayer, en un grupo de excompañeros que nunca sentí realmente mío, alguien infiltrado comenzó a escribir cosas ofensivas. De inmediato, sin verificar nada, uno de los mismos compañeros que me hizo bullying en el pasado afirmó que era yo la autora de los mensajes. “Ey Liliana, ¿vas a seguir con lo mismo?”, escribió. Esa frase me golpeó con fuerza. No solo por lo injusto, sino porque en ese instante me di cuenta de que, a pesar de los años, eso aún me duele.

Respondí con firmeza, claro. Aclaré que ese no era mi número, que jamás participaba en ese tipo de cosas y que no tenía idea de qué motivo lo llevaba a culparme. Pero internamente sentí una mezcla de enojo, tristeza y algo más profundo: la herida seguía ahí. No cerrada. No resuelta.

Y entonces comprendí algo importante que quiero compartir contigo, lector o lectora: El bullying no se queda en la escuela. Se instala en el cuerpo, en la memoria, en la forma en que uno se mira, se habla, se relaciona. Es una marca silenciosa que muchas veces reaparece cuando menos lo esperamos.

Por eso la terapia es tan importante. Porque sanar es un proceso que no siempre ocurre con el tiempo. Ocurre cuando decidimos mirar de frente lo que dolió, lo que callamos, lo que aprendimos a soportar en silencio. Y ocurre cuando nos damos permiso de sentir, llorar, enojarnos… y soltar.

Hoy me pongo en los zapatos de quienes han sido víctimas de matoneo. Les entiendo desde dentro. Porque las palabras que se lanzan como chistes, los comentarios sobre el cuerpo, la voz, la forma de caminar o de ser, pueden parecer insignificantes para quien los dice, pero para quien los recibe… pueden cambiarle la vida. Y no siempre para bien.

Después de todo esto, me salí del grupo. Lo necesitaba. Lo simbólico también es terapéutico. Pero admito que descargué mi enojo con alguien que no lo merecía: un compañero que solo preguntó por qué me había salido. Le pedí disculpas. Y le regalé esta frase que nació de mi experiencia:

«Saca todo lo que te ahoga, para que no te atores.»

Esas palabras también son para ti, si estás leyendo esto y alguna vez te hicieron sentir menos. No estás solo. No estás sola. Y mereces sanar. Agenda tu cita aquí y comienza a sanar con apoyo profesional.

«También te invito a explorar nuestros libros que te podrán ayudar a cultivar tu salud mental y emocional.»

Escrito con cariño por: Liliana Londoño
Psicóloga y fundadora de EnTuMente

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